El texto conservado en la Estela de Tamarite de Litera, Huesca (1), que a todas luces parece ser un monumento religioso dedicado al dios Neitin (posible equivalente de Marte y/o del mismo Neptuno) se transcribe como: …]tan : orkeikelaur : ekisiran : neitin. Y en un texto transversal se conserva solo la parte final …]sker.
La secuencia EKISIRAN : NEITIN se puede traducir a través de lenguas Altaico/Túrquicas como “que han sido ofrecidas/os, entregadas/os al dios Neitin” (NEITIN podría ser forma en acusativo o dativo de Neito o Neitun). La forma ekisiran se explica a través del Altaico/Túrquico ekisir (plural de ekis / ekisi ‘dar’, ‘ofrecer’, ‘entregar’) + sufijo de participio –an. De modo que lo que precede, la secuencia ORKEIKELAUR, debería contener los productos, cosas o seres (¿humanos/enemigos?) que fueron ofrecidos al dios Neito o Neiton, que -recordemos- parecer ser el mismo que fue descrito por Marciano Capella como una deidad de la guerra similar al dios griego Ares, que para los romanos era Marte.
Bien, pues resulta que orke u orge (pronunciado orgue) se corresponde con varias formas Altaico/Túrquicas para ‘mano’, y ‘palma de la mano’. Siendo orkei forma en acusativo. Mientras que kelaur se puede traducir como “cortadas” de kel / kela (cortar). Kelaur es forma plural sufijada en –r o –laur que en composición con el acusativo orkei, “mano”, ‘palma de la mano’ (un típico procedimiento sintáctico en lenguas aglutinantes Altaico/Túrquicas), conforma la frase: “manos cortadas”. Nótese que dichas manos han sido simbólicamente representadas en al menos dos caras de las cuatro que tendría la estela.
Siendo todo así, el texto que le precede (del cual solo se conserva la terminación –tan) podría estar indicando la cantidad numérica de “manos cortadas” (orkei–kelaur) que “fueron ofrecidas o entregadas al dios Neitin” (ekisiran Neitin), o bien el nombre del dedicante, o sea, la persona que ha dedicado esta ofrenda de “manos cortadas” (enemigos vencidos) al bélico dios Neitin (versión de Marte), que también considero era la versión íbera del Nettun etrusco (Neptuno de los romanos, Poseidón entre los griegos) y que presentaba igualmente funciones como las del dios de las riquezas y la fortuna, Plutón. Neitin sería la divinidad suprema de los iberos. Una divinidad de primer orden que aunaba las funciones de varias de las divinidades clásicas. Sería el dios de las aguas (Poseidón(Nettun/Neptuno), pero también dios de la guerra (Ares/Marte) y dios de las riquezas (Plutô/Plutón), y puede, incluso, que también fuese una divinidad regente de más fuerzas y elementos, aún no constatados, incluso una divinidad de los caballos, alternándose con otro de sus aspectos o sobrenombres, Atin y Iunstir/Iuḿstir.
En cuanto a la terminación –tan, se corresponde con un típico indicador de plural en lenguas Altaico/Túrquicas, presente igualmente en cifras y cantidades numéricas. El rito de ofrecer manos cortadas como acto ritual simbólico sobre enemigos derrotados ya se conocía en el Antiguo Egipto desde unos dos mil años antes.
Así pues, el texto más extenso conservado en la estela: ]…tan : orkeikelaur : ekisiran : neitin, se puede traducir como: “…(X cantidad numérica) de manos cortadas ofrecidas al dios Neitin”, o bien como: “…(Nombre del dedicante) ha ofrecido (estas) manos cortadas al dios Neitin”. Me parece más probable la primera opción. El nombre del dedicante podría estar escrito justo en el centro de la estela de manera horizontal del cual solo se ha conservado su terminación en -śkeŕ (¿Sakariśkeŕ o Iŕkeŕ?).
He intentado por todos los medios comprobar si una lectura similar era posible a través del Pre-Protoeuskera, el Protoeuskera y el euskera arcaico, y también a través del griego, el micénico, las lenguas célticas e itálicas, y todas las demás lenguas indoeuropeas de la Eurasia centro occidental, así como desde todas las afrasiáticas de Asia y de todo el Norte de África, pero ha sido del todo imposible lograr una identificación tan clara y completa (ni siquiera mínimamente aproximada), utilizando el mismo método de una segmentación mínima razonable, y respetando siempre las separaciones por puntos o por intencionados y claros espacios en blanco entre secuencias, pues resulta obvio que si no se respetan los puntos o espacios en blanco que separan palabras y en contados casos cortas frases (lexema + sufijo y/o partícula), y se parte por donde conviene, y sobre todo si se practica una abusiva extrema segmentación (método usual entre los “descifradores mágicos”), y de una sola palabra de siete letras obtienes seis, cinco, cuatro o tres palabras, al dividir la misma en varias partes de modo que cada dos letras (incluso con una sola) seleccionas secuencias de posibles palabras monosilábicas, terminarás obteniendo lo que quiera que desees en casi cualquier lengua del mundo que te propongas, hasta en una lengua que haya sido hablada por una tribu indígena en las antípodas de Iberia, como por ejemplo en Nueva Zelanda.
Tal método, poco o nada riguroso, que aún sigue la inmensa mayoría de los que presumen haber descifrado ya la lengua íbera (o en la versión más modesta que ya ha sido descifrada a través del vascco o del griego, por otros), consiste en la segmentación arbitraria, por lo general extrema y más allá de lo mínimamente razonable, sin tenerse en cuenta el aislamiento de del lexema raíz de las partículas y afijos ya bien determinados por los expertos paleohispanistas, hasta conseguir una traducción con un mínimo de sentido (al menos para el que traduce de ese modo), aunque para ello no solo se practique una extrema y abusiva segmentación injustificada y arbitraria de las secuencias, basándose solo en meras coincidencias con morfos o raíces siempre monsilábicas e incluso hasta de una sola consonante tratada como supuesta abreviatura, sino que hasta se practique, además, el más que preocupante método de añadir sonidos o quitar (a mera conveniencia), sin una mínima regla lingüística ni atención a la fonética histórica documentada y bien reconstruida por especialistas de la misma lengua vasca, entre otras.
Pero no contentos con todo ello, cuando los “descifradores mágicos” no consiguen de ningún modo explicar ciertas voces o secuencias, o paradigmas verbales, entonces se recurre a ciertos “ases bajo la manga”, como por ejemplo, que seguramente no se pueda reconocer todas las formas porque (como en este caso) se trata de un texto ritual o religioso que se escribió como un verso (sic), por ello mismo, los verbos se habrían alterados o modificados haciéndolos irreconocibles. Sí, así de simple se “escurre el bulto” ante el fracaso de no poderse ofrecer una verdadera traducción convincente de todas las palabras con arreglo a auténtica gramática proto-vasca, griega clásica, o micénica, etc., por mucho que las segmenten por donde se quiere y más conviene.
Ahora bien, cuando se respetan las divisiones entre palabras o frases cortas, perfectamente diferenciadas por puntos o por espacios en blancos dejados con tal intención, e intentas identificar tales palabras respetando su longitud (sin sesgarlas demasiado a conveniencia) y teniendo en cuenta el aislamiento correcto de la raíz de sus afijos ya bien determinados por los paleohispanistas, descubres que son las lenguas Transeurasiáticas-Altaicas, especialmente las altaico-túrquicas, y en menor grados las caucasianas, las que siempre se revelan como la mejor opción para identificar y descifrar la lengua íbera. Al menos es lo que yo he podido constatar tras casi veinte años ya comparando con todas las familias de lenguas de Europa, Asia y África las secuencias íberas entre puntuaciones (de seguro palabras en su mayoría), así como comparando también todos los afijos y posibles paradigmas verbales ya detectados y propuestos antes por los expertos más importantes en lenguas paleohispánicas.
En cuanto al término correlato que veréis es el que uso siempre, en vez de cognado, me gustaría puntualizar lo siguiente: en mi opinión, cognado solo debe usarse cuando se comparan lenguas vivas, o muertas, pero documentadas o cuando menos bien reconstruidas por fonética histórica, pero no cuando la comparación parte de lenguas desaparecidas que, como la íbera, aún no han sido descifradas correctamente. Cuando esto suceda, entonces ya se podrá hablar de cognados a medida que estos se vayan estableciendo. Por ello prefiero siempre usar correlatos, o sea, meras formas que se podrían relacionar por semejanza fonética (dentro de las leyes fonéticas siempre) y, obviamente, por semejanzas semánticas, además de fonéticas, tanto directas como derivadas, siempre que estas resulten verosímiles de acuerdo a un contexto favorable.
Cuando se hace todo con un mínimo de verdadero rigor histórico-lingüístico y científico, respetando los principios básicos y metodológicos de la Lingüística Histórica comparada y los métodos de la fonética histórica misma y de la léxicoestadística, siempre termino en el mismo lugar: entre el Asia Centro-Occidental, desde el Ponto hasta el Cáucaso y los Montes Urales, pasando por las grandes Estepas y por la misma antigua Iberia Oriental, que no por mera casualidad lleva tal nombre sino por lo que ya decían importantes autores de la antigüedad, por haber sido poblada de antaño por el mismo pueblo que habitaba en la otra Iberia del Occidente. El caso es que siempre termino entre las lenguas Altaico/Túrquicas, y a veces, por lógicos “préstamos” (más bien adopciones) llego a las lenguas Sino-Caucasianas y Kartvelianas (habladas en la Iberia Oriental caucásica), pero hasta el momento, los mayores y mejores correlatos los hallo solamente en las lenguas de la macrofamilia Transeurasiática-Altaica, especialmente en las altaico-túrquicas.
La norma en la que me baso es simple. Mientras más largas sean las palabras y más cortas las frases escritas entre puntuaciones (que no se compongan de más de dos palabras) que logremos identificar con alguna antigua lengua eurasiática o afrasiática, mayores serán las probabilidades de que el resultado no se deba a un caso meramente casual.
Y por el contrario, mientras más sesguemos una palabra perfectamente diferenciada de otras por puntuaciones o espacios en blanco, para obtener de la misma varias palabras, y mientras más sesguemos una frase hasta obtener más de tres o cuatro palabras, mientras mas breves o cortas sean las unidades morfémicas o fonéticas obtenidas con este poco riguroso método de la abusiva extrema segmentación arbitraria, mayores serán las probabilidades de que el resultado final de identificación de supuestos “cognados” se deba a la mera casualidad, o dicho de otro modo, mayores serán las probabilidades de que los supuestos “cognados” obtenidos sean producto de meras coincidencias fortuitas.
Es mucho más difícil hallar correlatos o cognados entre palabras largas. Siempre pongo el ejemplo de la voz murciélago. Con toda probabilidad, cualquier término parecido que se pronuncie casi igual significará lo mismo, y no será mera coincidencia, pero si un “descifrador mágico” practicando el muy oportuno método de la extrema segmentación arbitraria divide la voz murciélago en varias secuencias o lexemas (por ejemplo, mur / ci / e / la / go) para demostrar que en realidad no es una simple palabra, sino una frase que ha sido escrita en chino cantonés o en cualquier otra lengua monosilábica, con toda seguridad terminará demostrando su tesis, por la sencilla razón de que mientras más corta sea la secuencia léxica obtenida mediante tal extremo sesgo, mayores serán las probabilidades de hallar un cognado en cualquier lengua que el “descifrador mágico” se haya propuesto buscar sus correspondientes cognados.
Así, el “descifrador mágico”, terminará traduciendo la desconocida voz
murciélago, al segmentarla arbitrariamente como
murcie /
lago, como: “El Lago de Murcia”. Explicando que
murcie estaría en genitivo, mediante el sufijo –
e. Pero si esta misma secuencia es segmentada más aún por otro “descifrador mágico”, quien la descomponem por ejemplo, como:
mur /
ci /
ela /
go, terminaría obteniendo, a través del inglés (si se tratara de un supuesto “descifrador mágico” angloiberista): “Mor, thy, hella, go!”: “¡Humus, tú, infernal, vete!”, después de obviamente haber indicado (¡que no explicado fonética ni lingüísticamente¡) muy someramente, que
mor es equivalente con
mur,
thy con
ci,
hella con
ella y
go con
go ¡Absolutamente convincente! Para los descifradores mágicos del gremio, obviamente.
1. Estela ibérica datada entre los siglos II AC y I DC y hallada en el sitio arqueológico de La Vispesa en Tamarite de Litera (Huesca). Se conserva en el Museo de Binéfar.