Georgeos Díaz-Montexano, Vitalitius Accepted Member of The Epigraphic Society.
En Cástulo, Jaén, apareció hace años una vasija con una inscripción grafitada (mediante ligera incisión superficial sobre cerámica ya cocida y acabada) en el estilo del signario Ibérico Meridional que desciende del anterior signario del Sudoeste, Sudlusitano o Tartessio. Dicha inscripción fue datada (de acuerdo al contexto) en el siglo IV a. C. Se ha descrito como “Grafito sinistrorso de cuatro letras sobre un vaso globular carenado hallado en la necrópolis castulonense del Estacar de Robarinas”(Correa 2008: 281-282)1 y se lee (de derecha a izquierda) como sosi. Como es de costumbre, y dada la general tendencia interpretativa onomástica, donde para la mayoría de los estudiosos de la lengua ibera, casi todo lo que se ha conservado en materia epigráfica ibérica son nombres de personas (antropónimos) o nombres de dioses (teónimos) en algunos casos, ha sido interpretado como un antropónimo. Así vemos como Correa (2008: 282) con total simpleza nos dice que “Se trata de un antropónimo ibérico cuya forma plena conocida es sosin…”.2 En principio se trataría del nombre de quien la elaboró o de su propietario, o bien de la persona a la que fue destinada la vasija. ¿Pero estamos realmente ante un antropónimo o teónimo?